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El Psicoterapeuta: Ser y Ejercer

El ser humano es un ser siempre "incompleto", que vive y lucha por completarse. Lo va logrando a lo largo del curso de su vida de muchas maneras; muy especialmente a través y a partir de los vínculos que va constituyendo. Así, las relaciones familiares, las sociales, las laborales, sus vínculos con la cultura, lo van "integrando", algo así como si fueran abrazos que al estrecharlo lo van uniendo más y más en sus propias partes constitutivas.

Dentro de esa trama de relaciones, la relación terapéutica adquiere una tonalidad muy especial. Se inserta en el grupo de aquellas relaciones de ayuda, asumiendo sus propias características entre todas ellas.

Muchas veces se ha propuesto el rol del terapeuta como una especie de OBSERVADOR ANALITICO, aquel que tomando distancia observa al paciente y su situación desde aquella perspectiva y la analiza en su estructura y dinámica. Desde ese lugar funciona como una especie de intermediario entre sus aspectos no conocidos y su posibilidad de conocerlos y lo cumple fundamentalmente a través de la interpretación. La realidad del proceso de interpretación, asume algunos riesgos que, evidentemente, no alcanzan para invalidarlo como recurso y técnica. De todos modos, bien vale señalar tales riesgos, circunstancia que resumo en lo siguiente: muchas veces los contenidos inconscientes del paciente no son más que la proyección de las teorías concientes del terapeuta. Es decir, tamizo sus propios contenidos por la trama de mis teorías y termino sin poder definir claramente la frontera entre lo que realmente le pasa y lo que mi teoría dice que le debe pasar.

En el otro extremo tal vez del ejercicio del rol, tenemos la propuesta del terapeuta como MODELO que prácticamente se instituye en un "educador" que impone una actitud de vida o respuesta. Ahora, el riesgo de la imposición ejemplar o paradigmática es modelar con uniformidad las respuestas de los otros como si fueran iguales y estuvieran obligados a responder de manera idéntica. En ambos casos se pierde la individualidad del otro.

Lo ideal sería poder funcionar, en tal caso, como un haz de luz que lo ayude a ver los contornos de su deber ser con buena fidelidad, estimulando el descubrimiento de su intencionalidad, promoviendo la "conciencia del deber" y no la "conciencia de la obligación" [1]. Esta modalidad podríamos llamarla del terapeuta FACILITADOR. Pero claro,

para evitar confusiones cabe aclarar que hablamos de "facilitador" no en el sentido de hacerle las cosas más fáciles al paciente sino en el de "proveer" (facilitar). Como terapeuta debe tratar de proveerle los medios para que pueda conectarse con su deber ser y desarrolle su "conciencia del deber" para garantizar su cumplimiento, para seguir su orientación.

Recordemos que "terapia" deriva del latín THERAPEUTICA-ORUM (tratado de medicina) y del adjetivo derivado THERAPEUTIKÓS, que significa servicial, que cuida de algo o de alguien. Asimismo se sigue el verbo THERAPÉUÕ, que significa "yo cuido". Del griego también tenemos la acepción THERAPEUTES que significa servidor. Es decir que nuestro rol como terapeutas es estar al servicio de esa tarea personal del paciente facilitando las situaciones y recursos que puedan servirle a tal fin.

Ahora bien, para muchos, esta definición del rol del terapeuta lo ubica en una posición secundaria o de menor peso dentro de la relación terapéutica. Para responder esta cuestión deberíamos detenernos en la siguiente pregunta: ¿quién cura y quién sana?.

Tal vez, dentro de los principales defectos que debemos superar los terapeutas es, por así llamarlo, la omnipotencia. Este lugar del poder que en parte es atribuido por la propia cultura que nos presenta en la comunidad como algo parecido al médico brujo de la tribu. Por otro lado, el manejo de "la verdad" (en este caso la verdad personal del paciente) siempre confiere un cierto atributo de poder. Esa idea generalizada de que el terapeuta conoce del paciente más que lo que éste conoce de sí mismo y, peor aún, que solo llegará a conocerse en la medida y tiempo que el terapeuta lo considere oportuno, ha acentuado esa posición privilegiada y poderosa. Obviamente no la comparto sino relativamente y con reservas, y prefiero partir de la certeza que quien más conoce al paciente y su circunstancia es el propio paciente, en tanto que el terapeuta termina acompañándolo en el camino de descubrimiento de sí mismo, mas no diciéndole quién es sino mas bien por dónde puede llegar a saberlo. No vamos cerrando respuestas, sino abriendo caminos. Sea por la razón que fuere, es un defecto que muchos debemos superar. Y en virtud de tal, muchas veces nos cuesta diferenciar dos cosas: "curar" y "sanar".

"Curar", del latín CURA, significa brindar asistencia a un enfermo. Proveerle los medios y recursos apropiados para que pueda recuperar su estado de salud. Pero "sanar", del latín SANUS, significa recuperar el juicio o criterio, la sensatez. A partir de aquí parece quedar bastante claro lo siguiente: respecto del individuo enfermo, el CURAR es un proceso o procedimiento que se origina y dirige de afuera hacia adentro. Es ordenado y conducido por un tercero (el médico o el terapeuta), quien asume el rol de agente y se sostiene o desarrolla respecto del individuo, quien asume el rol de paciente. Este acto de curar se complementa necesariamente con el de "sanar", que como proceso y respecto del individuo enfermo, se produce y concreta de adentro hacia afuera. En este caso, es ordenado y conducido por el propio individuo quien termina siendo, entonces, el agente y paciente del mismo proceso.

Ambos procesos (curar + sanar) se complementan en el acto perfecto del restablecimiento de la salud, física o psíquica. Es decir que los médicos/terapeutas, curan pero el propio individuo es el que se sana. La posibilidad de curar llama al profesional a la responsabilidad de realizar un diagnóstico adecuado y ordenar los medios y recursos más expeditivos en función de la recuperación del paciente. Por su parte, la posibilidad de sanarse apela al individuo al despliegue del poder desafiador del espíritu en función a oponerse al desorden que implica su enfermedad. En la complementación de ambas respuestas, reitero, reside la posibilidad de restablecimiento. Muchos intentos terapéuticos fracasan por la ausencia de la voluntad de sanación del individuo enfermo y muchas veces, tibios o vagos esfuerzos terapéuticos logran resultados sorprendentes en función de un poderoso desafío a la adversidad movilizado por el enfermo.

De esto se sigue entonces que la principal responsabilidad del profesional es, ciertamente, ordenar los recursos y medios terapéuticos, no solo pensando en el cuadro clínico sino también estimulando y promoviendo que se ponga en marcha, se ejecute, ese poder desafiador. Contar con esa energía es fundamental para que el acto sea pleno, pero debe aportarla el propio enfermo. ¿Cuántas situaciones de enfermedad terminan resolviéndose por el temperamento del paciente tanto o más que por el plan o pericia del terapeuta?. ¿Cuántas otras fracasan por el mismo motivo?.

En esta línea de pensamiento, terminamos comprendiendo que son muchos los medios y recursos que podemos investir como terapéuticos. Tantos como se nos ocurra. Tantos como puedan servir para estimular o promover esa voluntad de sanarse en el individuo.

Las principales virtudes del Logoterapeuta

Toda psicoterapia, y por ende todo terapeuta, debe asumir que la nobleza de la materia sobre la que actúa le reclama un compromiso ético fundamental. Acompañar a la persona humana a la realización más plena de su humanidad, no es tarea que pueda llevarse a cabo con la más mínima duda o quiebre ético. Un profesor de ética y deontología nos decía permanentemente que en nuestra profesión, un error ético termina siendo, inevitablemente, un error técnico. Y pasados muchos años de ejercicio, doy fe que es así.

Toda psicoterapia reclama, entonces, de cada terapeuta, una serie de actitudes básicas que bien podríamos llamar “virtudes”, porque esas mismas actitudes son las que fortalecen el mismo ejercicio profesional en orden al logro de los objetivos específicos propuestos. En particular, la Logoterapia reclama de cada logoterapeuta, en mi opinión, las siguientes “virtudes”: humanismo, creatividad, sensibilidad, afán investigativo, formación personal, HUMILDAD

Humildad: Si bien todas estas virtudes son fundamentales en mi opinión, existe una que lo es de manera especial. Se trata de la humildad.

Humildad deriva de humus, de la misma palabra deriva “hombre”, “humanidad”, “humor”, “humedad”. Pensemos en la elaboración del pan. El pan que conserva “humedad” es un pan crocante, apetitoso. Cuando el pan no es fresco, pierde humedad y se pone duro, como un bizcocho. Entonces pierde su condición sabrosa y se vuelve resquebradizo. Del mismo modo, una persona humilde es “crocante”, sabrosa; una persona que no es humilde, es dura y resquebradiza como el pan viejo. Es por eso que le opongo al concepto de humildad el de omnipotencia. El logoterapeuta debe ser humilde, alejado de toda rigidez e idea todopoderosa de salvación. De esta condición (humilde/omnipotente) se siguen conductas o actitudes que son fundamentales para el psicoterapeuta. Veamos:

Todo error ético, termina siendo un error técnico

HUMILDAD

(humus, flexible)

OMNIPOTENCIA

(rigidez)

1- ACEPTACION DEL OTRO COMO OTRO (RESPETO)

Aceptación del “otro” como persona, portadora de recursos y valores, más allá de su condición actual. “Ser” y “estar”

1- OLVIDO DEL OTRO

Por ejemplo, el furor interpretativo, la dependencia, la manipulación del otro, etc.

2- VOCACION DE SERVICIO

Ni mago ni brujo. Profesión “agógica”. Catalizador.

2- ABUSO DEL OTRO

Por ej. lo económico, el “poder”, etc.

3- PONERLO AL OTRO EN

POSICION DE ELEGIR Y

DECIDIR.

4- LIBERARLO AL OTRO DE SU PROPIA RESPONSABILIDAD.

Absolverlo, justificarlo, Disculparlo.

ENCUENTRO (Mirar a la cara)

“Yo te cuido, tú te sanas”

MANIPULACION DEL OTRO

“Yo te curo”

VALOR

STATUS PROFESIONAL

PODER

Finalmente, muchos creen que ese paradigma profesional del “yo te curo”, salvaguarda el prestigio o status profesional, asentado especialmente sobre una relación despareja de poder (yo tengo el poder de curar-te en tanto tú estás por debajo mío sujeto de mi poder). Creo absolutamente en una concepción diferente de “status” que no se asiente sobre la idea o vivencia del “poder” sino del VALOR. Creo asimismo que no hay nada más trascendente que un ejercicio “valioso” de la profesión que me permita ser espectador del maravilloso espectáculo de una persona superando sus propias circunstancias, una persona superándose. Ese lugar de acompañante existencial es valioso y necesario como estímulo para que cada uno produzca su propia reacción. La actitud y postura omnipotente, base del paradigma del “yo te curo”, corre un doble riesgo: por un lado, la pérdida de la humanidad del otro, sometido a un procedimiento estandart que lo llevará a ser “uno más”; por otro lado, si la “cura” procurada no es lograda, el terapeuta –impotente- declarará la situación del otro como terminal. Por su parte, el nuevo paradigma del “yo te cuido + tú te sanas”, presenta un doble beneficio: por un lado, el desarrollo a pleno de la humanidad posible del otro, lo que conducirá a ser más “uno mismo”, y, por otro lado, si la “cura” no fuera posible, siempre existe la posibilidad de reconfortarlo al otro en su sufrimiento. Cuando la terapia no puede curar, por lo menos debe reconfortar al que sufre; no deja de ser útil cuando no puede curar, deja de serlo cuando no puede acompañar y sostener al otro en su sufrimiento.


Dr.Claudio César GARCIA PINTOS




[1] Por conciencia de obligación entiendo aquel caso en el cual la ley está fuera de mí, en tanto que en la conciencia del deber está internalizada. Por ejemplo, cuando a mi hijo pequeño le impongo no meter los dedos en el enchufe de la pared, él no lo hace cumpliendo esta ley, la cual está fuera de sí. No lo hace porque está "obligado" a abstenerse. Cuando crece, se da cuenta del riesgo de hacerlo, circunstancia ante la cual decide abstenerse; pero ese "darse cuenta", esa conciencia, lo lleva a apropiarse del derecho de legislar y es entonces cuando no lo hace porque una "ley propia" se lo indica. Evolutivamente, entonces, primero aparece la conciencia de obligación y posteriormente la conciencia del deber, siendo ésta última, madurativamente hablando, más elaborada.

La aparición de la segunda no invalida ni anula la primera, sino que ésta queda bajo el dominio o supremacía de aquella. La conciencia del deber, así, marca el camino que resuelve, finalmente, la tensión entre el ser y el deber ser. El grado de contacto o conexión con esa conciencia termina siendo un indicador de salud. Como testimonia el Gral.Don José de San Martín a su nieta a través de una de sus máximas, bien podríamos recordar aquello de que "serás lo que debas ser o no serás nada".

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